miércoles, 3 de octubre de 2012

¿Ahorrar o invertir?


Educación financiera con principios bíblicos

En cuestión de finanzas, las opiniones y posiciones doctrinales de algunos cristianos parecen chocar. Para algunos, ocuparse del dinero puede transformarse en ese peligroso amor por las riquezas del que nos advierte la Biblia y por lo tanto sólo corresponde vivir por fe. Para otros, los recursos financieros son bendiciones que deben ser bien administradas para glorificar a Dios. Frente a las opciones y oportunidades que se presentan a la hora de decidir qué hacer con el dinero es importante tener una perspectiva amplia y equilibrada para obrar con sabiduría.

Al menos 2350 versículos en la Biblia se refieren al manejo del dinero y los recursos personales. Como bien puede apreciarse, este no es un aspecto que Dios haya tratado de manera superficial y por el contrario, en la Biblia encontramos lo necesario para tener una perspectiva financiera equilibrada y una vida próspera.  Por otra parte, la publicidad y las referencias que constantemente nos llegan por parte de familiares y amigos nos están hablando al oído sobre cómo invertir el dinero que ganamos. Algunas veces aparecen oportunidades "doradas" que resultan difíciles de ignorar. Antes de determinar lo que  supone ahorrar o invertir, es muy importante conocer los principios de Dios sobre los cuales se establece una vida financiera sana.
Número 1: Él
Si exploramos muchos de los versículos relacionados con el tema de las finanzas, encontraremos que Dios se ha ocupado del tema, entre otras razones, porque sabe que el manejo que le damos al dinero incide de forma significativa en nuestra intimidad con Él. De hecho, nuestro manejo financiero es un indicador del "clima interior" de nuestra espiritualidad (Lucas 16: 10-11). En aras de que los bienes y las posesiones sean bendición y no motivo de separación, Dios establece claramente para los creyentes, pautas que iluminan el camino sobre este asunto.
El primero de estos principios consiste en aceptar y entender que Dios es el dueño de todo. Como dice el Salmo 24:1, "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan". Lo segundo es que, como dueño, él nos ha comisionado como sus mayordomos para que administremos con sabiduría sus recursos. Una buena noticia relacionada con este punto, consiste en la clara y manifiesta voluntad de Dios  para proveer todo lo que requerimos a fin de satisfacer nuestras necesidades. Dios promete suplir todo lo que nos falte, conforme a la promesa contenida en Filipenses 4:19. Así las cosas, la administración e inversión de esos recursos deben estar alineadas con los valores del reino, los propósitos de Dios y desde luego con su voluntad. Las riquezas y el dinero no son malos ni buenos en sí sino las actitudes y las decisiones que tomamos alrededor de su uso.
Ahorrar: ¿sabiduría o falta de fe?
Vivir por fe y no por vista no es una invitación de Dios a vivir en total imprevisión y desorganización financiera. Por el contrario, es una exhortación a recurrir permanentemente a su sabiduría y su consejo para tomar sus decisiones. Vivir por fe es hacerlo consultor y guía de cabecera en todos los aspectos de la vida. El tema del dinero no es la excepción y si escudriñamos la palabra, precisamente en busca de una respuesta de fe, encontraremos que Dios, efectivamente, anima a los creyentes para que sean sabios y ahorren. "Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; mas el hombre insensato todo lo disipa" (Proverbios 21:20). Ahorrar es también una cuestión de visión del futuro, sin dejar de depender de Dios. José (Génesis 41), obedeciendo a Dios, reservó durante 7 años los alimentos necesarios para superar con éxito la hambruna que pudo haber terminado con Egipto. Ahorrar nunca es igual a acumular, porque quien ahorra está preparándose para las eventualidades del futuro o para invertir en aquellas cosas que sabiamente se han consultado con Dios. Quien acumula lo hace por el amor a la riqueza y su único propósito en la satisfacción de ese impulso.

¿Cuánto y cómo ahorrar?
Aunque la Biblia no señala de manera directa cuánto deberíamos ahorrar, lo cierto es que los expertos financieros (muchos de los cuales han estudiado los patrones económicos contenidos en los textos bíblicos) recomiendan que se destine entre un 5 y un 10 por ciento de los ingresos. Sin embargo, ese rango ideal puede no ser fácilmente alcanzable para algunas personas o familias, por lo cual se recomienda ahorrar lo que más sea posible y, aunque sea poco, no dejar de hacerlo. Así no solo se dispone de manera constante de una reserva sino que además se establece un hábito que es alentado por diversos versículos de la Palabra.

Ahorrar es amigo de presupuestar
Determinar cuánto puede ahorrar y con qué frecuencia depende en gran medida de su flujo de ingresos y gastos. De hecho, una vida financiera sana parte de este hábito fundamental, pues el presupuesto mensual de gastos le permite mantener bajo control su dinero y evita que caiga en la trampa de las deudas, esos enormes hoyos que atrapan a aquellos que gastan más de lo que ganan por simple desconocimiento del estado de sus cuentas.
En cuanto a la forma de ahorrar, quizá las cuentas de ahorro tradicionales no generen muchos rendimientos pero le brindan la posibilidad a sus usuarios de disponer de su dinero de forma rápida ante cualquier eventualidad. Aquello de que “es mucho mejor y más seguro tener el dinero debajo del colchón” es un mito más que descartado, no sólo porque el dinero escondido pierde aceleradamente poder adquisitivo sino por los inminentes riesgos que implica tener considerables cantidades de efectivo sin la seguridad necesaria. La ventaja del ahorro, además de contar con una reserva, consiste también en su rápida disponibilidad, pues hoy en día es posible retirar ciertos montos de dinero en extensas redes de cajeros electrónicos e incluso es posible hacer pagos cómodamente a través de internet. Esa disponibilidad es la que se conoce como liquidez.  No obstante, los intereses que pagan los bancos por los ahorros, por debajo del nivel de inflación,  y los costos de algunos servicios financieros como las cuotas de manejo de las tarjetas débito, hacen que eventualmente se pierda dinero con el ahorro simple. Para contrarrestar ese efecto o intentar lograr ciertas metas en un plazo más corto hay que empezar a hablar de inversión.

Invertir: ¿multiplicar la bendición o amor al dinero?
La inversión no es ajena a la Biblia. Sin temor a equívocos podríamos decir que Dios mismo es un inversionista, que ha depositado en nosotros recursos y talentos a fin de que los multipliquemos en el servicio de su reino. Así nos queda claro en la parábola de los talentos, donde son exaltados y premiados quienes hicieron producir ganancias a su señor; aquellos dos siervos a los que se les confió un capital, en contraste con el despejo con que fue sancionado el tercer siervo quien, presa del temor, escondió la moneda entregada y no hizo nada productivo con ella (Mateo 25:14-30). La misma lógica aplica en el caso de los recursos financieros que los cristianos tienen a mano, pues como el mismo texto bíblico lo afirma “a esto se parece el reino de los cielos”. Pese a esta perspectiva cabe preguntarse, ¿cómo invertir sabiamente y no permitir que la especulación se convierta en un juego de riesgo y ambición?
El propósito es la clave
Una vez más conviene recordar que el Señor, dueño de todo nos ha hecho mayordomos de sus recursos. También que es su voluntad el suplir para todas las necesidades de los creyentes. En ese orden de ideas, y teniendo claro que le servimos a Él y a su reino, las inversiones que emprendamos deben estar siempre guiadas por un propósito acorde con ese reino del que somos embajadores.
Filipenses 4:8, nos invita a pensar y ocuparnos de todo lo que es bueno, justo, puro amable y de buen nombre. Ese mismo lineamiento debe caracterizar las inversiones de quienes siguen a Cristo. Por eso llevar a cabo inversiones en negocios legales para darle bienestar a la familia o financiar a futuro gastos educativos, es un buen propósito de inversión. También lo es inyectarle capital a un negocio propio y bien planeado que permite tener más libertad financiera y más tiempo para dedicarlo a la familia o al servicio de la comunidad.   En cambio, las apuestas, los juegos de azar, los negocios ilícitos e inversiones de mal nombre y alto riesgo no solo ponen en riesgo los recursos sino que además son contrarios a los valores del reino.

Pautas para invertir con sabiduría
A diferencia de los ahorros, las inversiones, según su naturaleza y término, no permiten disponer fácilmente de los recursos en caso de necesidad. Por esta razón y por el  hecho de que toda inversión tiene un determinado nivel de riesgo, es muy importante saber diversificar para minimizar los riesgos de perder el piso económico; dicho en palabras coloquiales, el primer principio de la inversión prudente consiste en no poner todos los huevos en una sola canasta. Así lo aconseja Eclesiastés 11:2. Teniendo a Dios como consejero y sin dejar de lado nunca su sentido común, examine la reputación del negocio en el que quiere participar y la trayectoria de las personas detrás de la operación. Conozca las ventajas y las amenazas y determine montos razonables de inversión que, en caso de un resultado adverso, no desestabilicen su bienestar o el de su familia.
Hay que tener mucha cautela con aquellas inversiones que prometen en corto tiempo rendimientos exorbitantes porque muchas veces se tratan de pirámides ilícitas que dan excelentes dividendos a unos pocos, pero que al derrumbarse muestran que se trataba de una gran estafa que sólo paga con dolor y sufrimiento a las personas que se dejaron deslumbrar por el oro fácil.
Cuando hay seguridad de la seriedad y la solidez de una inversión, lo siguiente a tener en cuenta es el rendimiento esperado en contraste con el horizonte de inversión. El rendimiento es la ganancia que se obtiene por invertir y el horizonte de inversión consiste en el tiempo que será necesario esperar antes de que el dinero invertido rinda sus primeros frutos. Aquí es muy importante preguntarse qué tanto se está dispuesto a esperar  y cuánto tiempo resistirán las finanzas personales (o sea cuánto podrá mantener su liquidez) hasta que una determinada inversión retribuya el esfuerzo y si al llegar ese momento valdrá la pena, en términos económicos, el haber esperado. Hay inversiones que pueden tardar años en mostrar resultados pero que al cabo del tiempo garantizan un flujo importante de recursos que pueden llegar a patrocinar una cómoda independencia financiera.
Finalmente, aproveche su propia experiencia y decida invertir preferencialmente en aquellos negocios que conozca bien. Si a sus manos llegan oportunidades de inversión en sectores que no son de su dominio, como la bolsa de valores u otros renglones económicos que le sean ajenos, asesórese bien, con personas de confianza y buena reputación que se especialicen en gestión financiera. Aunque tendrá que pagar una comisión por sus servicios, lo cierto es que muchas veces resulta invaluable su acompañamiento para tomar la mejor decisión financiera.


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