miércoles, 3 de octubre de 2012

Cómo enseñar liderazgo a los jóvenes

Las actitudes y valores del líder también se transmiten


El esfuerzo conjunto que hacen padres de familia, educadores e iglesia para levantar una generación de jóvenes con actitudes y valores positivos debe tener entre sus prioridades sembrar las semillas esenciales del liderazgo. Sin tales fundamentos, el desarrollo personal no alcanzará su máximo potencial.

El liderazgo parece un concepto épico, ligado a los caudillos, los escenarios y las grandes gestas. Si bien es cierto que grandes líderes del mundo se han destacado en esos marcos de referencia, la verdad es que la esencia del liderazgo más auténtico sigue siendo desconocida para muchos y está ligada a valores y actitudes, que pese a ser trascendentales, pasan desapercibidas por su bajo perfil.
Muchos definen el liderazgo como la capacidad de guiar a otros hacia metas comunes pero el alma del concepto reside en una palabra que lo determina todo: influencia. Como bien lo expone a lo largo de su vida y obra el reconocido mentor y experto en liderazgo John Maxwell, el liderazgo es la capacidad de tenemos de influir sobre otros para transformar la realidad. Todos recibimos influencias de diferentes fuentes pero pocos son capaces de formarse un criterio propio y una visión de la vida lo suficientemente fuerte para influir en las mentes y los corazones de otros. Nuestros jóvenes están más inclinados a seguir las luces deslumbrantes de la sociedad de consumo que han vinculado de manera muy fuerte la noción de realización personal con el tener, antes que con el ser. Por esta razón, muchos observan el futuro con una visión de túnel que sólo les alcanza para percibirse a sí mismos, fuera del contexto de su comunidad y de los problemas que en ella están pendientes de solución. Más que profesionales, nuestro mundo necesita verdaderos líderes

Los equívocos del liderazgo
Debido a esa visión de túnel, muy propia de las sociedades con gran apego al consumo, circulan en el ambiente educativo algunas nociones erróneas del liderazgo. Es muy importante cuidarnos de ellas porque fácilmente podemos transmitir valores equivocados a nuestros jóvenes. Para empezar, es muy importante diferenciar entre dominancia y liderazgo. En la historia humana, plagada de episodios de violencia y subyugación, son frecuentes las figuras que ejercieron férreas dominaciones mas no un liderazgo auténtico. No es un verdadero  líder, quien con base la fuerza y el temor infundido ejerce dominio sobre sus compañeros de colegio. Si queremos que la próxima generación opere con otros valores sus tutores, padres y maestros debemos asegurarnos de transmitir un mensaje claro y correcto: liderazgo no es mandar; es motivar e inspirar. Dirigir no es ordenar; es señalar el camino a recorrer. Entonces, ¿cómo lograr que las mentes en formación de quienes heredarán el mundo reciban una instrucción apropiada para convertirse en líderes? ¿Cómo podemos hacer de ellos movilizadores efectivos de voluntades y no simples trepadores sociales que sólo ven por los ojos del éxito económico?
Somos sus modelos a seguir
Desde niños, los ojos de nuestros jóvenes están puestos en las acciones y en las actitudes de los adultos, sus modelos a seguir. Mientras son pequeños hacen lo que nos ven hacer pero más adelante, si no hemos sido coherentes para respaldar con hechos nuestros dichos, optarán por hacer las cosas de modo diferente. Por esto, si aspiramos a que ellos se decidan a ser los líderes que requiere esta sociedad, tenemos que revisar  nuestro inventario de actitudes y respuestas para que la historia de decepción y apatía no se repita. Si hacemos este ejercicio a conciencia, tendremos más posibilidades de ser buenos proveedores en el proceso de formación del pensamiento juvenil hacia el liderazgo. ¿Qué esperan los jóvenes de nosotros y qué deberíamos darles?
Fundamentos sólidos para formar su carácter. El carácter es la base del líder, pero ante todo del ser humano. Si queremos líderes capaces de respetar la opinión ajena, de buscar el bien común antes que el propio y de caminar la milla de más entonces debemos comunicar valores esenciales para vivir y relacionarse con otros. Imprimir un buen carácter implica modelar ante la juventud dominio propio y esfuerzo para conseguir lo propuesto sin incurrir en atajos ni excusas. Si, como alguien dijo, “carácter es lo que tú eres bajo presión”, entonces será evidente el carácter hayamos tallado en nuestros jóvenes cuando se enfrenten a los problemas de la vida.
Retos que estimulen su creatividad y su iniciativa: Desafiarlos con retos y dejar que intenten soluciones les permite saber a los jóvenes que creemos en ellos y lograrán creer también en sí mismos
Pasión en lo que hacemos para que sepan qué significa abrazar una causa: Con frecuencia nos quejamos de la apatía juvenil pero quizás debamos examinar qué tanto nos  apasiona el rol que desempeñamos frente a ellos. Transmitir pasión no es difícil. Es sólo cuestión de que vean cuán dispuestos estamos a lograr lo que nos hemos propuesto, por encima de nuestras propias limitaciones. Cuando un joven ve eso se siente inspirado.
Oportunidades para trabajar en equipo: Dejemos atrás los argumentos de la inexperiencia. Es una paradoja que las empresas, por ejemplo, busquen personas muy jóvenes para ocupar sus puestos, pero exigen experiencia que nadie está dispuestos a darles. Permitirles hacer parte de los equipos de trabajo, lo más temprano posible, es una gran forma de comunicarles que el liderazgo no consiste en trabajar por cien, sino motivar a cien para cumplir con la misión.
Principios firmes de organización personal y disciplina: Un aspecto prioritario que debemos cambiar con urgencia para mostrar frutos ante la juventud es éste. Sin carácter, el talento se desperdicia. Sin disciplina el carácter no persevera. Talento, carácter y disciplina son llaves del liderazgo pero si faltara talento o si hay situaciones por mejorar en el carácter la disciplina y la constancia lograrán lo que sea.
Ejemplo intachable de compromiso y confiabilidad: Seamos cumplidores de nuestra palabra, guardadores de promesas, sobre todo las que hagamos a los jóvenes. Así será claro para ellos que los líderes son personas cuyo poder de convicción radica en su confiabilidad y en su capacidad para cumplir su palabra.
Un horizonte qué perseguir: Finalmente, permitámosles soñar. Démosles visiones de gran alcance, planes de vida a largo plazo. “Sin visión el pueblo perece”, como bien declara Proverbios 29:18. Y sin visión nosotros no podemos ver hasta dónde pueden llegar nuestros pupilos ni ellos podrán comprometerse con un futuro mejor. Retarlos a soñar y animarlos a declarar su visión, hacen parte de un buen principio para que las cosas cambien.



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