Educación financiera con principios bíblicos
En cuestión de finanzas, las opiniones y posiciones
doctrinales de algunos cristianos parecen chocar. Para algunos, ocuparse del
dinero puede transformarse en ese peligroso amor por las riquezas del que nos
advierte la Biblia y por lo tanto sólo corresponde vivir por fe. Para otros,
los recursos financieros son bendiciones que deben ser bien administradas para
glorificar a Dios. Frente a las opciones y oportunidades que se presentan a la
hora de decidir qué hacer con el dinero es importante tener una perspectiva
amplia y equilibrada para obrar con sabiduría.
Al menos 2350
versículos en la Biblia se refieren al manejo del dinero y los recursos personales.
Como bien puede apreciarse, este no es un aspecto que Dios haya tratado de
manera superficial y por el contrario, en la Biblia encontramos lo necesario
para tener una perspectiva financiera equilibrada y una vida próspera. Por otra parte, la publicidad y las
referencias que constantemente nos llegan por parte de familiares y amigos nos
están hablando al oído sobre cómo invertir el dinero que ganamos. Algunas veces
aparecen oportunidades "doradas" que resultan difíciles de ignorar.
Antes de determinar lo que supone ahorrar o invertir, es muy
importante conocer los principios de Dios sobre los cuales se establece una
vida financiera sana.
Número 1: Él
Si exploramos
muchos de los versículos relacionados con el tema de las finanzas,
encontraremos que Dios se ha ocupado del tema, entre otras razones, porque sabe
que el manejo que le damos al dinero incide de forma significativa en nuestra
intimidad con Él. De hecho, nuestro manejo financiero es un indicador del
"clima interior" de nuestra espiritualidad (Lucas 16: 10-11). En aras
de que los bienes y las posesiones sean bendición y no motivo de separación,
Dios establece claramente para los creyentes, pautas que iluminan el camino
sobre este asunto.
El primero de estos
principios consiste en aceptar y entender que Dios es el dueño de todo. Como
dice el Salmo 24:1, "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los
que en él habitan". Lo segundo es que, como dueño, él nos ha comisionado
como sus mayordomos para que administremos con sabiduría sus recursos. Una
buena noticia relacionada con este punto, consiste en la clara y manifiesta
voluntad de Dios para proveer todo lo que requerimos a fin de
satisfacer nuestras necesidades. Dios promete suplir todo lo que nos falte,
conforme a la promesa contenida en Filipenses 4:19. Así las cosas, la
administración e inversión de esos recursos deben estar alineadas con los
valores del reino, los propósitos de Dios y desde luego con su voluntad. Las
riquezas y el dinero no son malos ni buenos en sí sino las actitudes y las
decisiones que tomamos alrededor de su uso.
Ahorrar: ¿sabiduría o falta de fe?
Vivir por fe y no por vista
no es una invitación de Dios a vivir en total imprevisión y desorganización
financiera. Por el contrario, es una exhortación a recurrir permanentemente a
su sabiduría y su consejo para tomar sus decisiones. Vivir por fe es hacerlo
consultor y guía de cabecera en todos los aspectos de la vida. El tema del
dinero no es la excepción y si escudriñamos la palabra, precisamente en busca
de una respuesta de fe, encontraremos que Dios, efectivamente, anima a los
creyentes para que sean sabios y ahorren. "Tesoro precioso y aceite hay en
la casa del sabio; mas el hombre insensato todo lo disipa" (Proverbios
21:20). Ahorrar es también una cuestión de visión del futuro, sin dejar de
depender de Dios. José (Génesis 41), obedeciendo a Dios, reservó durante 7 años
los alimentos necesarios para superar con éxito la hambruna que pudo haber
terminado con Egipto. Ahorrar nunca es igual a acumular, porque quien ahorra está
preparándose para las eventualidades del futuro o para invertir en aquellas
cosas que sabiamente se han consultado con Dios. Quien acumula lo hace por el
amor a la riqueza y su único propósito en la satisfacción de ese impulso.
¿Cuánto y cómo ahorrar?
Aunque la Biblia no señala
de manera directa cuánto deberíamos ahorrar, lo cierto es que los expertos
financieros (muchos de los cuales han estudiado los patrones económicos
contenidos en los textos bíblicos) recomiendan que se destine entre un 5 y un
10 por ciento de los ingresos. Sin embargo, ese rango ideal puede no ser
fácilmente alcanzable para algunas personas o familias, por lo cual se
recomienda ahorrar lo que más sea posible y, aunque sea poco, no dejar de
hacerlo. Así no solo se dispone de manera constante de una reserva sino que
además se establece un hábito que es alentado por diversos versículos de la
Palabra.
Ahorrar es amigo de presupuestar
Determinar cuánto puede
ahorrar y con qué frecuencia depende en gran medida de su flujo de ingresos y gastos.
De hecho, una vida financiera sana parte de este hábito fundamental, pues el
presupuesto mensual de gastos le permite mantener bajo control su dinero y
evita que caiga en la trampa de las deudas, esos enormes hoyos que atrapan a
aquellos que gastan más de lo que ganan por simple desconocimiento del estado
de sus cuentas.
En cuanto a la forma de
ahorrar, quizá las cuentas de ahorro tradicionales no generen muchos
rendimientos pero le brindan la posibilidad a sus usuarios de disponer de su
dinero de forma rápida ante cualquier eventualidad. Aquello de que “es mucho
mejor y más seguro tener el dinero debajo del colchón” es un mito más que
descartado, no sólo porque el dinero escondido pierde aceleradamente poder
adquisitivo sino por los inminentes riesgos que implica tener considerables
cantidades de efectivo sin la seguridad necesaria. La ventaja del ahorro,
además de contar con una reserva, consiste también en su rápida disponibilidad,
pues hoy en día es posible retirar ciertos montos de dinero en extensas redes
de cajeros electrónicos e incluso es posible hacer pagos cómodamente a través
de internet. Esa disponibilidad es la que se conoce como liquidez. No obstante, los intereses que pagan los
bancos por los ahorros, por debajo del nivel de inflación, y los costos de algunos servicios financieros
como las cuotas de manejo de las tarjetas débito, hacen que eventualmente se
pierda dinero con el ahorro simple. Para contrarrestar ese efecto o intentar
lograr ciertas metas en un plazo más corto hay que empezar a hablar de
inversión.
Invertir: ¿multiplicar la bendición o amor al dinero?
La inversión no es ajena a
la Biblia. Sin temor a equívocos podríamos decir que Dios mismo es un
inversionista, que ha depositado en nosotros recursos y talentos a fin de que
los multipliquemos en el servicio de su reino. Así nos queda claro en la
parábola de los talentos, donde son exaltados y premiados quienes hicieron
producir ganancias a su señor; aquellos dos siervos a los que se les confió un
capital, en contraste con el despejo con que fue sancionado el tercer siervo
quien, presa del temor, escondió la moneda entregada y no hizo nada productivo
con ella (Mateo 25:14-30). La misma lógica aplica en el caso de los recursos
financieros que los cristianos tienen a mano, pues como el mismo texto bíblico
lo afirma “a esto se parece el reino de los cielos”. Pese a esta perspectiva
cabe preguntarse, ¿cómo invertir sabiamente y no permitir que la especulación
se convierta en un juego de riesgo y ambición?
El propósito es la clave
Una vez más conviene
recordar que el Señor, dueño de todo nos ha hecho mayordomos de sus recursos. También
que es su voluntad el suplir para todas las necesidades de los creyentes. En
ese orden de ideas, y teniendo claro que le servimos a Él y a su reino, las
inversiones que emprendamos deben estar siempre guiadas por un propósito acorde
con ese reino del que somos embajadores.
Filipenses 4:8, nos invita a
pensar y ocuparnos de todo lo que es bueno, justo, puro amable y de buen
nombre. Ese mismo lineamiento debe caracterizar las inversiones de quienes
siguen a Cristo. Por eso llevar a cabo inversiones en negocios legales para
darle bienestar a la familia o financiar a futuro gastos educativos, es un buen
propósito de inversión. También lo es inyectarle capital a un negocio propio y
bien planeado que permite tener más libertad financiera y más tiempo para
dedicarlo a la familia o al servicio de la comunidad. En cambio, las apuestas, los juegos de azar,
los negocios ilícitos e inversiones de mal nombre y alto riesgo no solo ponen
en riesgo los recursos sino que además son contrarios a los valores del reino.
Pautas para invertir con sabiduría
A diferencia de los ahorros,
las inversiones, según su naturaleza y término, no permiten disponer fácilmente
de los recursos en caso de necesidad. Por esta razón y por el hecho de que toda inversión tiene un
determinado nivel de riesgo, es muy importante saber diversificar para
minimizar los riesgos de perder el piso económico; dicho en palabras
coloquiales, el primer principio de la inversión prudente consiste en no poner
todos los huevos en una sola canasta. Así lo aconseja Eclesiastés 11:2.
Teniendo a Dios como consejero y sin dejar de lado nunca su sentido común,
examine la reputación del negocio en el que quiere participar y la trayectoria
de las personas detrás de la operación. Conozca las ventajas y las amenazas y
determine montos razonables de inversión que, en caso de un resultado adverso,
no desestabilicen su bienestar o el de su familia.
Hay que tener mucha cautela
con aquellas inversiones que prometen en corto tiempo rendimientos exorbitantes
porque muchas veces se tratan de pirámides ilícitas que dan excelentes
dividendos a unos pocos, pero que al derrumbarse muestran que se trataba de una
gran estafa que sólo paga con dolor y sufrimiento a las personas que se dejaron
deslumbrar por el oro fácil.
Cuando hay seguridad de la
seriedad y la solidez de una inversión, lo siguiente a tener en cuenta es el
rendimiento esperado en contraste con el horizonte de inversión. El rendimiento
es la ganancia que se obtiene por invertir y el horizonte de inversión consiste
en el tiempo que será necesario esperar antes de que el dinero invertido rinda
sus primeros frutos. Aquí es muy importante preguntarse qué tanto se está dispuesto
a esperar y cuánto tiempo resistirán las
finanzas personales (o sea cuánto podrá mantener su liquidez) hasta que una
determinada inversión retribuya el esfuerzo y si al llegar ese momento valdrá
la pena, en términos económicos, el haber esperado. Hay inversiones que pueden
tardar años en mostrar resultados pero que al cabo del tiempo garantizan un
flujo importante de recursos que pueden llegar a patrocinar una cómoda
independencia financiera.
Finalmente, aproveche su
propia experiencia y decida invertir preferencialmente en aquellos negocios que
conozca bien. Si a sus manos llegan oportunidades de inversión en sectores que
no son de su dominio, como la bolsa de valores u otros renglones económicos que
le sean ajenos, asesórese bien, con personas de confianza y buena reputación
que se especialicen en gestión financiera. Aunque tendrá que pagar una comisión
por sus servicios, lo cierto es que muchas veces resulta invaluable su
acompañamiento para tomar la mejor decisión financiera.
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