En Estados Unidos y en Latinoamérica los índices de
agresión preocupan
El problema de la violencia intrafamiliar, y
particularmente el de la violencia contra la mujer, va más allá de las
agresiones físicas y los moretones. Si no se rompen los ciclos de violencia
ancestral que se repiten en los hogares, continuarán siendo el origen de formas
más crudas de violencia. Por el contrario, cuando se dignifica y respeta a la
mujer, surgen generaciones emocionalmente sanas.
Si bien es cierto
que en la llamada civilización occidental el estatus de dignidad de la mujer es
superior al encontrado en algunos países de Asia y África, donde hay sociedades
que tratan a las mujeres con sorprendente
vileza, las cifras nos revelan que el tratamiento igualitario a la mujer
en occidente es sólo una falsa impresión. Aunque las mujeres estadounidenses y
latinoamericanas consolidan cada vez más su posición de valor en la sociedad,
es innegable que el sexo femenino sigue siendo objeto de violencia que se
manifiesta en diferentes niveles de intensidad. Para contrarrestar el maltrato
es esencial identificar las manifestaciones de la violencia que afligen a las
mujeres.
La educación juega un papel clave
Muy a pesar de las
campañas de los gobiernos y de los incesantes llamados de atención por parte de
las organizaciones de derechos humanos que abogan por la dignidad femenina,
siguen presentándose a diario casos de violencia física que muchas veces
concluyen con la muerte de mujeres a manos de sus irascibles parejas. El
panorama se torna más que preocupante si se exponen los índices de violencia
sexual que siguen siendo intolerablemente altos. ¿Cuál es el origen de este
persistente patrón de comportamiento social? El componente educativo juega un
papel clave para entender y quizás resolver este problema.
Los hombres y las
mismas mujeres no son educados con énfasis en el respeto de género. Por una
parte, siguen madurando generaciones de
varones que reciben de sus ancestros el mensaje erróneo de la subvaloración de
la mujer. La publicidad y los medios masivos poco ayudan a que esto cambie
presentándonos una mujer cosificada, un objeto codiciable y no una persona.
Desde la orilla de
la mujer, su dependencia de los hombres, especialmente cuando no tienen acceso
a la educación y el débil apoyo que muchas tienen para formar una autoestima
saludable hace que muchas de ellas padezcan en silencio y resignación las
conductas violentas de los hombres que muchas veces justifican.
Es duro enunciarlo
así, pero cuando la mujer no se expresa en contra de la violencia sus hijos
crecen creyendo que es una situación normal.
La violencia verbal, la más común
Más numerosos que
los golpes físicos son los golpes emocionales que diariamente se asestan contra
las mujeres, usando como armas las palabras. Debido a que las frases se las
lleva el viento y a que aparentemente no dejan marcas, la violencia verbal y
emocional suele ser más frecuente aún que la física pero aunque no lo parezca
puede ser aún más dolorosa.
De hecho, muchas
veces este tipo de violencia puede ser la precursora de modalidades de
violencia que dejan huella. Por ejemplo, cuando se pierde el respeto y se
permite que palabras de grueso calibre emocional afloren en conversaciones
hostiles, rápidamente se pasa al lenguaje de los golpes. Con la violencia
sexual ocurre igual. Muchas mujeres se sienten violadas aún sin contacto físico
ante el tipo de insinuaciones y amenazas verbales de que son objeto en los
ámbitos más cotidianos.
Ante tal evidencia
del arraigo de estos desafortunados paradigmas de comportamiento en la sociedad
y la cultura, ¿cómo vencerlos?
Rompiendo las cadenas de violencia
No bastan solamente
las campañas gubernamentales que son bien intencionadas pero que no darán los
resultados esperados si no se estimula primero la base formativa de nuestra
sociedad. En este punto, las comunidades cristianas tienen un gran papel que
cumplir para establecer los principios
del Reino que Jesús mismo enunció con respecto a la mujer, pese a vivir en una
época de total dominio patriarcal.
Hombres y mujeres
fuimos creados para cumplir propósitos específicos y aunque cada uno tiene
características diferentes debe dejarse muy claro desde los púlpitos que
Jesucristo concede una dignidad igualitaria para todos sus hijos. Gálatas 3:27-28 es un pasaje clave de
las escrituras para derribar viejos
mitos de machismo y lesivos comportamientos que denigran a la mujer: “…porque
todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer;
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Esta última parte
del pasaje, “ser uno en Cristo” es también una clave que hace falta en la
pedagogía que nos lleve hacia el respeto de la mujer. Para Dios no existe la
“guerra de los sexos” ni clichés según los cuales son de planetas diferentes.
Hay diferencias muy marcadas pero no para distanciar ni menospreciar al uno o
al otro, sino para complementar, razón por la cual una visión integradora del
hombre y la mujer como “uno en Cristo” hace falta para establecer en la
sociedad que las relaciones hombre-mujer no deben ser marcadas por la oposición
sino por la unificación. Sobre esta base escritural, podemos ser más efectivos
para prevenir la violencia contra la mujer en aspectos muy puntuales y
prácticos:
Revisemos nuestros valores. Cierto grupo de mujeres que asistieron a un debate sobre
el machismo en un medio de comunicación abrieron ojos de sorpresa cuando un
psicólogo invitado afirmó con toda tranquilidad que “muchas mujeres eran sin
saberlo más machistas que los hombres”. La expresión de indignación de los ojos
femeninos que estaban presentes empezó a transformarse en sorpresa cuando el
mencionado psicólogo contó como cuando los niños varones lloran luego de
haberse caído o golpeado, muchas madres se apresuran a exhortarlos diciéndoles
“no llores, que los hombres no lloran”. Este sencillo ejemplo nos muestra que
en ambos géneros pueden esconderse esquemas de pensamiento que enfatizan el rol
de hombres y mujeres o esconden mecanismos de
subvaloración de género. Por esta razón es importante identificar en nuestra
propia vida todos los valores o comportamiento manifiestos que nuestros hijos
aprenden y a partir de los cuales pueden reproducir el círculo vicioso de
maltrato o menosprecio por la mujer.
Eduquemos para la convivencia. Desde que los niños están en pleno proceso de formación
deben darse pautas muy claras relacionadas con el respeto hacia la mujer. En
aquellos hogares donde siempre ha sido cierta y efectiva la máxima según la
cual “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa” encontramos
hombres respetuosos no sólo de su integridad física sino de su valor como
persona que piensa y decide por sí misma.
Es totalmente falso,
en el caso de la educación de los hombres, que esté pasado de moda “criar
caballeros”. Por el contrario, hoy más que nunca se necesitan hombres
auténticos capaces de demostrar que su principal fortaleza no está en los
músculos sino en el buen trato hacia las mujeres y hacia todos los demás. En este punto,
es importante reiterar que los valores y ejemplos bíblicos son
fundamentales. Una buena ilustración al respecto todavía circula por internet.
A partir del relato de la creación de Adán y Eva alguien preguntaba en un e-mail la razón por la cual
Dios formó a la mujer a partir de una costilla del hombre. La ingeniosa
respuesta, aunque no hace parte del relato bíblico en referencia, dice que Dios
no formó a Eva de los pies de Adán para que no pretendiera estar sobre ella, ni
usó nada sacado de su cabeza para que ella estimara por eso que estaría por
encima del hombre. En cambio, dice esta breve parábola, que Dios decidió sacar
a la mujer del costado del hombre para que recuerde que no está ni por debajo ni
por encima de ella sino que debe tenerla siempre a su lado, como compañera
digna e inseparable con la cual recorrerá el camino de la vida.
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