miércoles, 3 de octubre de 2012

Entendiendo y derrotando a la violencia contra la mujer

En Estados Unidos y en Latinoamérica los índices de agresión preocupan


El problema de la violencia intrafamiliar, y particularmente el de la violencia contra la mujer, va más allá de las agresiones físicas y los moretones. Si no se rompen los ciclos de violencia ancestral que se repiten en los hogares, continuarán siendo el origen de formas más crudas de violencia. Por el contrario, cuando se dignifica y respeta a la mujer, surgen generaciones emocionalmente sanas.

Si bien es cierto que en la llamada civilización occidental el estatus de dignidad de la mujer es superior al encontrado en algunos países de Asia y África, donde hay sociedades que tratan a las mujeres con sorprendente  vileza, las cifras nos revelan que el tratamiento igualitario a la mujer en occidente es sólo una falsa impresión. Aunque las mujeres estadounidenses y latinoamericanas consolidan cada vez más su posición de valor en la sociedad, es innegable que el sexo femenino sigue siendo objeto de violencia que se manifiesta en diferentes niveles de intensidad. Para contrarrestar el maltrato es esencial identificar las manifestaciones de la violencia que afligen a las mujeres.
La educación juega un papel clave
Muy a pesar de las campañas de los gobiernos y de los incesantes llamados de atención por parte de las organizaciones de derechos humanos que abogan por la dignidad femenina, siguen presentándose a diario casos de violencia física que muchas veces concluyen con la muerte de mujeres a manos de sus irascibles parejas. El panorama se torna más que preocupante si se exponen los índices de violencia sexual que siguen siendo intolerablemente altos. ¿Cuál es el origen de este persistente patrón de comportamiento social? El componente educativo juega un papel clave para entender y quizás resolver este problema.
Los hombres y las mismas mujeres no son educados con énfasis en el respeto de género. Por una parte, siguen  madurando generaciones de varones que reciben de sus ancestros el mensaje erróneo de la subvaloración de la mujer. La publicidad y los medios masivos poco ayudan a que esto cambie presentándonos una mujer cosificada, un objeto codiciable y no una persona.
Desde la orilla de la mujer, su dependencia de los hombres, especialmente cuando no tienen acceso a la educación y el débil apoyo que muchas tienen para formar una autoestima saludable hace que muchas de ellas padezcan en silencio y resignación las conductas violentas de los hombres que muchas veces justifican.
Es duro enunciarlo así, pero cuando la mujer no se expresa en contra de la violencia sus hijos crecen creyendo que es una situación normal.
La violencia verbal, la más común
Más numerosos que los golpes físicos son los golpes emocionales que diariamente se asestan contra las mujeres, usando como armas las palabras. Debido a que las frases se las lleva el viento y a que aparentemente no dejan marcas, la violencia verbal y emocional suele ser más frecuente aún que la física pero aunque no lo parezca puede ser aún más dolorosa.
De hecho, muchas veces este tipo de violencia puede ser la precursora de modalidades de violencia que dejan huella. Por ejemplo, cuando se pierde el respeto y se permite que palabras de grueso calibre emocional afloren en conversaciones hostiles, rápidamente se pasa al lenguaje de los golpes. Con la violencia sexual ocurre igual. Muchas mujeres se sienten violadas aún sin contacto físico ante el tipo de insinuaciones y amenazas verbales de que son objeto en los ámbitos más cotidianos.
Ante tal evidencia del arraigo de estos desafortunados paradigmas de comportamiento en la sociedad y la cultura, ¿cómo vencerlos?
Rompiendo las cadenas de violencia
No bastan solamente las campañas gubernamentales que son bien intencionadas pero que no darán los resultados esperados si no se estimula primero la base formativa de nuestra sociedad. En este punto, las comunidades cristianas tienen un gran papel que cumplir para establecer  los principios del Reino que Jesús mismo enunció con respecto a la mujer, pese a vivir en una época de total dominio patriarcal. 
Hombres y mujeres fuimos creados para cumplir propósitos específicos y aunque cada uno tiene características diferentes debe dejarse muy claro desde los púlpitos que Jesucristo concede una dignidad igualitaria para todos sus  hijos. Gálatas 3:27-28 es un pasaje clave de las escrituras para derribar viejos  mitos de machismo y lesivos comportamientos que denigran a la mujer: “…porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.
Esta última parte del pasaje, “ser uno en Cristo” es también una clave que hace falta en la pedagogía que nos lleve hacia el respeto de la mujer. Para Dios no existe la “guerra de los sexos” ni clichés según los cuales son de planetas diferentes. Hay diferencias muy marcadas pero no para distanciar ni menospreciar al uno o al otro, sino para complementar, razón por la cual una visión integradora del hombre y la mujer como “uno en Cristo” hace falta para establecer en la sociedad que las relaciones hombre-mujer no deben ser marcadas por la oposición sino por la unificación. Sobre esta base escritural, podemos ser más efectivos para prevenir la violencia contra la mujer en aspectos muy puntuales y prácticos:
Revisemos nuestros valores. Cierto grupo de mujeres que asistieron a un debate sobre el machismo en un medio de comunicación abrieron ojos de sorpresa cuando un psicólogo invitado afirmó con toda tranquilidad que “muchas mujeres eran sin saberlo más machistas que los hombres”. La expresión de indignación de los ojos femeninos que estaban presentes empezó a transformarse en sorpresa cuando el mencionado psicólogo contó como cuando los niños varones lloran luego de haberse caído o golpeado, muchas madres se apresuran a exhortarlos diciéndoles “no llores, que los hombres no lloran”. Este sencillo ejemplo nos muestra que en ambos géneros pueden esconderse esquemas de pensamiento que enfatizan el rol de hombres y mujeres o esconden mecanismos de subvaloración de género. Por esta razón es importante identificar en nuestra propia vida todos los valores o comportamiento manifiestos que nuestros hijos aprenden y a partir de los cuales pueden reproducir el círculo vicioso de maltrato o menosprecio por la mujer.
Eduquemos para la convivencia. Desde que los niños están en pleno proceso de formación deben darse pautas muy claras relacionadas con el respeto hacia la mujer. En aquellos hogares donde siempre ha sido cierta y efectiva la máxima según la cual “a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa” encontramos hombres respetuosos no sólo de su integridad física sino de su valor como persona que piensa y decide por sí misma.
Es totalmente falso, en el caso de la educación de los hombres, que esté pasado de moda “criar caballeros”. Por el contrario, hoy más que nunca se necesitan hombres auténticos capaces de demostrar que su principal fortaleza no está en los músculos sino en el buen trato hacia las mujeres y hacia todos los demás.  En este punto,  es importante reiterar que los valores y ejemplos bíblicos son fundamentales. Una buena ilustración al respecto todavía circula por internet. A partir del relato de la creación de Adán y Eva alguien  preguntaba en un e-mail la razón por la cual Dios formó a la mujer a partir de una costilla del hombre. La ingeniosa respuesta, aunque no hace parte del relato bíblico en referencia, dice que Dios no formó a Eva de los pies de Adán para que no pretendiera estar sobre ella, ni usó nada sacado de su cabeza para que ella estimara por eso que estaría por encima del hombre. En cambio, dice esta breve parábola, que Dios decidió sacar a la mujer del costado del hombre para que recuerde que no está ni por debajo ni por encima de ella sino que debe tenerla siempre a su lado, como compañera digna e inseparable con la cual recorrerá el camino de la vida.

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