miércoles, 3 de octubre de 2012

Cómo comunicarse con hijos adolescentes

Aunque las diferencias parezcan abismales el diálogo sí es posible


De repente, esos niños amorosos quienes parecían muy cercanos a nosotros, se transforman en seres venidos del espacio exterior con actitudes y expectativas que hacen difícil entenderse con ellos. Durante la adolescencia, su planeta se distancia notoriamente del mundo de sus padres y resulta un asunto complejo lograr establecer una comunicación más allá de los monosílabos. Sin embargo, tal comunicación sí es posible y cuando logramos entender los cambios por los que están pasando, la relación entre padre e hijos puede ser muy enriquecedora.

Ellos lucen incomprendidos y hasta exasperados. Sus padres, ignorados y hasta irrespetados. Intentar construir puentes de entendimiento no siempre resulta bien, especialmente para los padres, quienes generalmente tienen la iniciativa y ven naufragar sus intentos en medio de frases de cajón que contienen los típicos reproches, respuestas cortantes y hasta portazos. ¿Cómo es posible entablar un verdadero diálogo a través del cual se toquen los corazones y se logren acuerdos? Entender la naturaleza y necesidades de los adolescentes es el primer paso.
Buen ambiente, buenas palabras
Muchas veces, bajo la potestad de gobierno que tiene los padres en el hogar, se puede incurrir en una velada dictadura donde son ellos quienes determinan cuándo es el momento de hablar o de impartir justicia. Sin embargo, en aras de establecer un diálogo equitativo, es muy importante entender que las mejores oportunidades para hablar de corazón a corazón se derivan de las necesidades de los adolescentes y no de los cronogramas de los adultos. Cuando ellos buscan iniciar la conversación o manifiestan querer contar algo es fundamental volcar nuestra atención hacia ellos para reafirmarles nuestro genuino interés en su vida. Dejar pasar instantes como esos, con típicas excusas de adultos como “ahora estoy ocupado” o “después conversamos al respecto” refuerza la imagen que muchos adolescentes tienen sobre sus padres; seres distantes, sin ninguna identificación con sus problemáticas e intereses.
Cuando hay confianza, hay diálogo
Saber manejar nuestras respuestas emocionales cuando establecemos diálogo con los adolescentes es crucial para que el canal se mantenga abierto. Cuando nos plantean alguna situación en la que es necesaria nuestra corrección o se nos hace confidencias que pueden resultar sorprendentes y hasta perturbadoras hay que tomar control de nuestras reacciones automáticas y evitar regañar o mostrarnos escandalizados. Gran cantidad de adolescentes evitan confiar cosas importantes a sus padres por el temor a sus  reacciones, aunque son conscientes de que ellos son su principal apoyo. Cuando se logra dominar este aspecto y se hace gala de serenidad y de comprensión, la confianza se refuerza vez tras vez. La constancia en esta actitud de escucha activa, sin juzgar ni increpar, le da solidez a esa confianza y un día le sorprenderá el nivel de confidencia que sus hijos pueden llegar a tener con usted.
Mirar el contenido, no el empaque
El origen de gran cantidad de conflictos entre adultos y adolescentes no reside en lo que estos últimos dicen sino en la forma en que lo dicen. Molestarse por el modo como ellos se expresan es algo que no sólo cierra la puerta del diálogo sino que adicionalmente envía un mensaje negativo que pone en evidencia la falta de aceptación y respeto por la personalidad y los rasgos distintivos de los jóvenes. Como padres, amorosamente podemos invitar a la calma y bajar los ánimos (no ser quienes los exaltan) y debemos ser capaces de penetrar más allá de la forma y de la postura corporal de los adolescentes para llegar a la esencia de lo que quieren decir. Cuando tengamos problemas al respecto, recordemos que podemos reclamar al cielo la sabiduría que nos permitirá verlos con los ojos amorosos de Dios.
El objetivo es comprender, no ganar
Si lo vemos desde la esencia de su definición, el diálogo es un privilegio de los humanos a través del cual logramos el mutuo entendimiento de pensamientos y sentimientos. No obstante, es frecuente confundir diálogo con argumentación y por eso la comunicación entre los adolescentes y padres se transforma en una pugna por demostrar quién tiene la razón. Para no cerrar las puertas y mantener la cordialidad de las conversaciones es indispensable asumir una actitud  humilde y desistir del ánimo argumentativo aun cuando la razón parezca asistirnos. Equivocados o no, lo adolescentes necesitan ser comprendidos y lograrlo nos garantiza su favor para intervenir con amor en ciertas situaciones de sus vidas. La apertura para recibir razones o argumentos vendrá en el momento en que ellos mismos se dispongan y serán apreciados cuando luzcan como aportes valiosos para su desarrollo y no como penalidades, luego de su derrota en la guerra de palabras.
El poder comprometedor de los pactos
Cuando los hijos reciben  imposiciones sobre las cuales no pueden opinar, la voluntad de sus padres será un continuo objeto de conflicto. En cambio, cuando bajo el amparo del diálogo se establecen pactos en los que ambos adquieren responsabilidades y beneficios, los adolescentes sienten reconocida su dignidad y toman, de buena gana, responsabilidades para que la relación con sus padres funcione. Ceder es tan importante como persuadir, especialmente cuando se trata de asuntos que no son críticos, como el corte de pelo o el volumen de la música. En los aspectos esenciales, relacionados con los valores y actitudes de vida es donde debemos concentrar amorosamente nuestros esfuerzos. Mantengamos una serena insistencia en encontrar alternativas para que sigan desarrollando una vida espiritual activa, cercana a los fundamentos bíblicos que, por cierto, debemos modelar con persistencia  para no exigirles comportamientos que no ven en nosotros. Lograr compromisos con ellos en éstas y en otras áreas de gran importancia hace que se animen ante la perspectiva del pacto.
Creatividad para conversar
¿Cuántos de nosotros no adivinábamos que recibiríamos una reprimenda porque nuestros padres nos llamaban por nuestro nombre completo? De manera inconsciente, reproducimos estos mismos clichés y nuestros hijos ya se predisponen ante ellos con actitudes defensivas. Nuestras posturas ceremoniales les anuncian que es nuestra intención conversar sobre “algún asunto serio” o les advierten de la inminencia de una amonestación. En vez de la excesiva rigidez conversacional, optemos por propiciar situaciones de diálogo en ambientes informales donde el buen ánimo y la comodidad de estar allanen el camino para empezar a intercambiar ideas. Mientras se comparte una actividad lúdica o recreativa, encontrará oasis de tranquilidad para escuchar el corazón de sus hijos y también para sembrar en ellos principios y valores que los acompañarán durante toda su existencia. Si aprovechamos momentos trascendentales como sembrar con ellos un árbol para hablarles de los cimientos firmes de la vida, les habremos dado enseñanzas de valor eterno. Recordemos, cuando oigamos la voz de los adolescentes, la hermosa frase de Benjamín Franklin, que puede hacer una gran diferencia para lograr relaciones exitosas con ellos: “Dime y lo olvido; enséñame y lo recuerdo; involúcrame y lo aprendo”.


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