Aunque las diferencias parezcan abismales el diálogo sí es
posible
De repente, esos niños amorosos quienes parecían muy
cercanos a nosotros, se transforman en seres venidos del espacio exterior con
actitudes y expectativas que hacen difícil entenderse con ellos. Durante la
adolescencia, su planeta se distancia notoriamente del mundo de sus padres y
resulta un asunto complejo lograr establecer una comunicación más allá de los
monosílabos. Sin embargo, tal comunicación sí es posible y cuando logramos
entender los cambios por los que están pasando, la relación entre padre e hijos
puede ser muy enriquecedora.
Ellos lucen
incomprendidos y hasta exasperados. Sus padres, ignorados y hasta irrespetados.
Intentar construir puentes de entendimiento no siempre resulta bien,
especialmente para los padres, quienes generalmente tienen la iniciativa y ven
naufragar sus intentos en medio de frases de cajón que contienen los típicos
reproches, respuestas cortantes y hasta portazos. ¿Cómo es posible entablar un
verdadero diálogo a través del cual se toquen los corazones y se logren
acuerdos? Entender la naturaleza y necesidades de los adolescentes es el primer
paso.
Buen ambiente, buenas palabras
Muchas veces, bajo
la potestad de gobierno que tiene los padres en el hogar, se puede incurrir en
una velada dictadura donde son ellos quienes determinan cuándo es el momento de
hablar o de impartir justicia. Sin embargo, en aras de establecer un diálogo
equitativo, es muy importante entender que las mejores oportunidades para
hablar de corazón a corazón se derivan de las necesidades de los adolescentes y
no de los cronogramas de los adultos. Cuando ellos buscan iniciar la
conversación o manifiestan querer contar algo es fundamental volcar nuestra
atención hacia ellos para reafirmarles nuestro genuino interés en su vida. Dejar
pasar instantes como esos, con típicas excusas de adultos como “ahora estoy
ocupado” o “después conversamos al respecto” refuerza la imagen que muchos
adolescentes tienen sobre sus padres; seres distantes, sin ninguna
identificación con sus problemáticas e intereses.
Cuando hay confianza, hay diálogo
Saber manejar
nuestras respuestas emocionales cuando establecemos diálogo con los adolescentes
es crucial para que el canal se mantenga abierto. Cuando nos plantean alguna
situación en la que es necesaria nuestra corrección o se nos hace confidencias
que pueden resultar sorprendentes y hasta perturbadoras hay que tomar control
de nuestras reacciones automáticas y evitar regañar o mostrarnos
escandalizados. Gran cantidad de adolescentes evitan confiar cosas importantes
a sus padres por el temor a sus
reacciones, aunque son conscientes de que ellos son su principal apoyo. Cuando
se logra dominar este aspecto y se hace gala de serenidad y de comprensión, la
confianza se refuerza vez tras vez. La constancia en esta actitud de escucha
activa, sin juzgar ni increpar, le da solidez a esa confianza y un día le
sorprenderá el nivel de confidencia que sus hijos pueden llegar a tener con
usted.
Mirar el contenido, no el empaque
El origen de gran
cantidad de conflictos entre adultos y adolescentes no reside en lo que estos
últimos dicen sino en la forma en que lo dicen. Molestarse por el modo como
ellos se expresan es algo que no sólo cierra la puerta del diálogo sino que
adicionalmente envía un mensaje negativo que pone en evidencia la falta de
aceptación y respeto por la personalidad y los rasgos distintivos de los
jóvenes. Como padres, amorosamente podemos invitar a la calma y bajar los
ánimos (no ser quienes los exaltan) y debemos ser capaces de penetrar más allá
de la forma y de la postura corporal de los adolescentes para llegar a la
esencia de lo que quieren decir. Cuando tengamos problemas al respecto,
recordemos que podemos reclamar al cielo la sabiduría que nos permitirá verlos
con los ojos amorosos de Dios.
El objetivo es comprender, no ganar
Si lo vemos desde
la esencia de su definición, el diálogo es un privilegio de los humanos a
través del cual logramos el mutuo entendimiento de pensamientos y sentimientos.
No obstante, es frecuente confundir diálogo con argumentación y por eso la
comunicación entre los adolescentes y padres se transforma en una pugna por
demostrar quién tiene la razón. Para no cerrar las puertas y mantener la
cordialidad de las conversaciones es indispensable asumir una actitud humilde y desistir del ánimo argumentativo
aun cuando la razón parezca asistirnos. Equivocados o no, lo adolescentes
necesitan ser comprendidos y lograrlo nos garantiza su favor para intervenir
con amor en ciertas situaciones de sus vidas. La apertura para recibir razones
o argumentos vendrá en el momento en que ellos mismos se dispongan y serán
apreciados cuando luzcan como aportes valiosos para su desarrollo y no como penalidades,
luego de su derrota en la guerra de palabras.
El poder comprometedor de los pactos
Cuando los hijos
reciben imposiciones sobre las cuales no
pueden opinar, la voluntad de sus padres será un continuo objeto de conflicto.
En cambio, cuando bajo el amparo del diálogo se establecen pactos en los que
ambos adquieren responsabilidades y beneficios, los adolescentes sienten
reconocida su dignidad y toman, de buena gana, responsabilidades para que la
relación con sus padres funcione. Ceder es tan importante como persuadir,
especialmente cuando se trata de asuntos que no son críticos, como el corte de
pelo o el volumen de la música. En los aspectos esenciales, relacionados con
los valores y actitudes de vida es donde debemos concentrar amorosamente
nuestros esfuerzos. Mantengamos una serena insistencia en encontrar
alternativas para que sigan desarrollando una vida espiritual activa, cercana a
los fundamentos bíblicos que, por cierto, debemos modelar con persistencia para no exigirles comportamientos que no ven
en nosotros. Lograr compromisos con ellos en éstas y en otras áreas de gran
importancia hace que se animen ante la perspectiva del pacto.
Creatividad para conversar
¿Cuántos de
nosotros no adivinábamos que recibiríamos una reprimenda porque nuestros padres
nos llamaban por nuestro nombre completo? De manera inconsciente, reproducimos
estos mismos clichés y nuestros hijos ya se predisponen ante ellos con
actitudes defensivas. Nuestras posturas ceremoniales les anuncian que es
nuestra intención conversar sobre “algún asunto serio” o les advierten de la
inminencia de una amonestación. En vez de la excesiva rigidez conversacional,
optemos por propiciar situaciones de diálogo en ambientes informales donde el
buen ánimo y la comodidad de estar allanen el camino para empezar a
intercambiar ideas. Mientras se comparte una actividad lúdica o recreativa,
encontrará oasis de tranquilidad para escuchar el corazón de sus hijos y
también para sembrar en ellos principios y valores que los acompañarán durante
toda su existencia. Si aprovechamos momentos trascendentales como sembrar con
ellos un árbol para hablarles de los cimientos firmes de la vida, les habremos
dado enseñanzas de valor eterno. Recordemos, cuando oigamos la voz de los adolescentes, la hermosa frase de Benjamín Franklin,
que puede hacer una gran diferencia para lograr relaciones exitosas con ellos:
“Dime y lo olvido; enséñame y lo recuerdo; involúcrame y lo aprendo”.
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